En “The Truman Show”, aquella película de Peter Weir de 1998, la vida de Truman Burbank -el personaje que encarnaba Jim Carrey- era parte de un reality show, solo que él no lo sabía. Todo lo que veía, todas sus experiencias, habían sido previamente diseñadas por el estudio de TV, pero él pensaba que todo eso era la vida real.
Algo así nos empezó a pasar a nosotros a partir de la digitalización de casi todo: ¿Alguna vez te preguntaste por qué Netflix te muestra siempre los mismos 100 títulos, si tiene 1600 series y 4000 películas? ¿O por qué te aparecen en Instagram determinados avisos, siempre los mismos y extrañamente afines a tus gustos? Dejamos a nuestro ciberpaso cantidades infinitas de datos sobre nuestros comportamientos, gustos, consumos, y otras muchas huellas. La ciencia de datos, las plataformas de Internet y las redes sociales los toman y generan algoritmos basándose en un supuesto: todas las personas se parecen y todas son segmentables según criterios estadísticos.
Si 950 de las 1000 a las que les gustó “El Padrino” también vieron Black Mirror, es seguro que cuando mires “El Padrino”, Netflix te ofrezca a continuación Black Mirror, incluso aunque a simple vista no haya ninguna relación ni parecido entre ambas. Con cada vez más datos, y mayor capacidad para procesarlos, ese algoritmo se va complejizando y al mismo tiempo se vuelve más certero. Aparecen en nuestra pantalla más contenidos y personas parecidas a nosotros y desaparecen las que piensan distinto, las que no nos atraen o las que nos resultan indiferentes. Y la puntería se va afinando con el tiempo. Como además, tendemos a pensar que lo que vemos es la realidad, nuestra pequeña burbuja se transforma en nuestro mundo.
Por algo, ese algoritmo que recorta la realidad para nosotros (incluso sin que lo sepamos, sin que lo queramos y sin que podamos evitarlo) se llama “filtro burbuja”.
Las redes sociales como Twitter, Facebook o Instagram contribuyen a intensificar el efecto, gracias al comportamiento humano llamado “homofilia” (amor por lo igual), que es la tendencia a interactuar más con quienes somos más afines. Debido a la facilidad con que hoy encontramos en el universo personas con nuestras mismas aficiones, gustos y opiniones, la homofilia potencia la burbuja y nos crea la falsa ilusión de que todos piensan como uno.
El efecto “cámara de eco” se genera cuando entra una noticia en nuestra burbuja y rebota continuamente en sus paredes: el mismo meme, mensaje, chiste o foto te llega de varios amigos distintos en muy breve tiempo y a su vez, vos lo retransmitís. Pero si por accidente, o gracias a esas personas “puente” que pertenecen a grupos diferentes de afinidad, sale de una burbuja y entra en otra que no es tan afín, el mensaje no será diseminado con la misma velocidad y el eco irá perdiendo fuerza. Los estudiosos del comportamiento han llamado a este efecto “sesgo de confirmación”: prestamos más atención a aquello que confirma lo que ya pensamos y filtramos lo que se opone a ello.
Lo cierto es que en la era de mayor facilidad para la comunicación de la historia, estos vicios y trampas hacen que las grietas entre las distintas comunidades de afinidad sean cada vez más profundas, más extendidas y más numerosas. Y que el esfuerzo por lograr el entendimiento y la empatía con personas diferentes a nosotros deba ser mayor que nunca. Aunque implique tener que chequear información de gente de confianza y sostener conversaciones difíciles. Nuestro mundo será más rico y nuestras mentes más abiertas y permeables a lo nuevo cuanto más esfuerzo hagamos por salir de nuestras burbujas y cuanto menos podamos escuchar el eco de nuestras propias voces.
Marcela Lomba
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