«Lo que no se define no se puede medir. Lo que no se mide, no se puede mejorar», Peter Drucker
El primer paso de esa medición es evaluar cuantitativamente la efectividad de los procesos y rutinas de gestión para saber dónde invertir si se intenta mejorar el dinamismo. Así se podrán realinear estas rutinas para sacarles mayor provecho, utilizar de manera efectiva los recursos y enfocar a la organización en aquellas decisiones que mayor valor le puede agregar.
El recurso más valioso con el que cuenta una organización, el tiempo de sus ejecutivos, se malgasta muchas veces en reuniones de poco valor. Por el contrario, una reunión bien administrada, con un propósito alineado a la estrategia, que reúna por poco tiempo a las personas correctas y con la información adecuada, seguro será una herramienta muy potente para tomar buenas decisiones.
Las rutinas de gestión deben adaptarse a la necesidad del negocio y a la urgencia de las decisiones a tomar. Existen algunos indicadores clave a medir para lograrlo:
1) Tiempo dedicado a reuniones. ¿Cómo podemos reducirlo? Eliminar las reuniones que no agregan valor parecería ser la respuesta ideal, pero resulta difícil llevarlo a la práctica, sobre todo cuando no sabemos el valor que generará hasta no haberla atravesado.
2) Reuniones enfocadas en decisiones. ¿Aprovechamos realmente el tiempo que pasamos en una reunión? ¿Qué espacios están destinados a tomar decisiones y cuáles solo a compartir o comunicar?
3) Flexibilidad en la rutina de gestión. Las decisiones no pueden esperar a las personas: deben ser tomadas cuando maximicen el valor para el negocio.
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