Hace unas pocas semanas, junto a todos los demás padres, esperaba a mi hijo en el patio de un colegio público al norte de Londres: los niños hacían un examen de ingreso. ¿Cómo ha ido? Le pregunté cuando logré localizarle entre la multitud. Se encogió de hombros con indiferencia y contestó que había dejado dos preguntas sin responder. Justo detrás de él llegaba una niña con la cara totalmente pálida que, en cuanto vio a su madre, se abrazó a ella y estalló a llorar.
¿A quién de los dos le habrá salido mejor el examen? Los resultados no se conocen todavía, pero no apostaría nada a que mi hijo, tan seguro de sí mismo, lo haya hecho mejor que la pobre niña. Al parecer, tenemos un modo de autoevaluarnos muy particular, percepción que no parece tener mucha conexión con la realidad.
Según un artículo recientemente publicado en Harvard Business Review, no sería de extrañar que mi hijo lo hubiera hecho peor que la niña; dos psicólogos de la Stern School of Business de Nueva York han llegado a la conclusión de que existe un fuerte vínculo entre una autoestima exagerada y la incompetencia. Las personas que mejor concepto tienen de su persona no tienen por qué ser las mejores precisamente.
No sé si esto se puede considerar un principio general. La tendencia a sobrevalorar nuestras propias capacidades me parece más algo temperamental; las personas que tienen un inmejorable concepto de sí mismas responden a características totalmente distintas. Lo único que parece coincidir es que, por lo general, los chicos se valoran más que las chicas.
Según un artículo de la publicación Psychological Science in the Public Interest, la mayoría de nosotros nos creemos mucho mejor de lo que somos. El estudio en el que se basa el artículo explica que si todos pensamos que somos estupendos y que merecemos un ascenso, acabaremos sintiéndonos frustrados y decepcionados. En los puestos de más responsabilidad, una opinión demasiado positiva de nosotros mismos puede resultar arriesgada por llevarnos a veces a tomar decisiones que resultan costosas.
Para hacer frente al problema, las empresas ponen mucho esfuerzo en actividades diseñadas a que conozcamos nuestras limitaciones. Al mismo tiempo nos bombardean con infinidad de tópicos del movimiento de autoayuda diseñados para hacernos creer que somos seres humanos maravillosos y excepcionales. Ambos esfuerzos son inútiles. La autoestima es algo que se tiene o no se tiene. Si se tiene, cuesta trabajo deshacerse de ella y si no se tiene, resulta muy difícil adquirirla.
Existe una clara diferencia entre salir airoso de un examen y tener éxito en la empresa. En el primer caso, la convicción de que uno ha hecho un buen trabajo no es ni necesaria ni suficiente. En una empresa esa certeza es fundamental para llegar a alguna parte. Una amiga que trabaja en una gran compañía me llamó la semana pasada para contarme una triste historia que me recordaba a la del patio del colegio. Acudió a una reunión con su jefe y un compañero durante la cual éste, que no se había preparado nada, salió del paso sin problemas. Ella había hecho los deberes, pero salió de allí sintiéndose fatal.
Con cierto aire de hipocresía, su colega le preguntó: “¿Estás bien? Pareces nerviosa”. Él daba por hecho que su actuación había sido perfecta y ella salió con la sensación de que no había llegado al “aprobado”. No es muy difícil adivinar quién obtuvo el reconocimiento. En las empresas no está permitido tener una opinión realista de uno mismo: no podemos ir diciendo por ahí “no sé si va a funcionar” o “no me veo capaz de hacerlo”. Se nos pide que mostremos una total confianza en nosotros.
Puestos a elegir, es más conveniente creer en nosotros. La autoestima es fundamental para sobrevivir en entornos competitivos. Con independencia de la valía de una persona, es prácticamente imposible no cometer fallos en un puesto de gran responsabilidad.
De ahí que una persona inteligente y realista que sabe perfectamente cómo le ven los demás y que es consciente de sus puntos débiles nunca quiera asumir uno de esos puestos. Y si por alguna casualidad le propusieran estar entre los mejores, intentaría encontrar cualquier tipo de excusa antes de aceptar ese cometido.
Lucy Kellaway
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