Y nada más cierto que en oratoria. Las presentaciones, por breves que sean, se preparan y se ensayan. Las recomendaciones nos hablan de diseñar tu presentación con al menos dos semanas de antelación. Leerla tantas veces como sea posible, resumirla para que sea sustantiva y atraigas la atención de los oyentes y practícala lo suficiente frente a una cámara como la del móvil, para mejorar y si es posible frente al espejo.
Los expertos dicen: «El 55% de la comunicación humana es gestual, el 38% el tono de tu voz, y apenas el 7% lo que dices en palabras. Y de este 7% se recordará el 10%». Si no estimulas lo visual, lo auditivo, las emociones, lo táctil, lo olfativo con un aroma agradable en la sala, o bien aireándola convenientemente y manteniendo un buen clima, perderás la atención del público.
¡Olvídate del discurso memorizado! Es lo peor que puedes hacer. Ensaya lo suficiente para recordar los lineamientos principales. Luego, llénalos con tus ideas y agrégale tu toque de personalidad. Aquí tienes el plato servido, sin necesidad de ser una máquina repitiendo un texto que, si te olvidas, te dejará mal parado.
¡Afuera las muletillas! “Ehhh”, “esteee…”, “mmmm”, “indudablemente…” y tantas otras frases atentan completamente con la integridad y seguridad de tu alocución. Las muletillas son las excusas ante la falta de preparación, y el público lo percibe de inmediato. Un recurso válido es utilizar frases puente, y enriquece el ida y vuelta con alguna pregunta retórica sencilla; por ejemplo, “Sin embargo, sobre el mismo aspecto, quisiera invitarlos a profundizar…
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