Sea cual fuere el motor que te impulsa a salir de la cama para ir a trabajar, no debes perder de vista tu objetivo y siempre planificar una estrategia en torno a él.
Un trabajo que lo hace feliz
Lo que de verdad motiva son las nuevas oportunidades y el hecho de poder participar en proyectos innovadores. Es una buena forma de recompensar a los empleados y de conseguir que se sientan diferentes, otorgándoles nuevas responsabilidades y enriqueciendo su actividad habitual.
Las mejores son las recompensas intrínsecas, que son las que las personas se dan a sí mismos. Son las del tipo «siento que estoy aprendiendo»; «formo parte de un grupo exclusivo»; «soy útil en la organización, y me siento reconocido». Pero, sé prudente con los niveles de felicidad que muestras. Parecer muy satisfecho y alardear de ello en el trabajo puede ocasionarte problemas con tus compañeros o con tu jefe, básicamente porque un exceso al manifestar satisfacción laboral se puede identificar con falsedad.
Perseguir cada día el ascenso
Si el objetivo es un crecimiento de carrera, es necesario dominar los tiempos y estar en el sitio adecuado en el momento oportuno.
Planificar esa estrategia puede tenerte ocupado, y tratar de tener ventaja sobre otros colegas o competidores que quizá aspiren al mismo puesto puede ser la motivación que te impulse cada mañana. Pero esto no augura una felicidad laboral eterna: igual que ocurre en el caso de un aumento de sueldo, escalar posiciones no implica que tu trabajo sea relevante y satisfactorio. Es posible que notes, al cabo de poco tiempo de conseguir el objetivo que eso no es lo que deseabas realmente.
El sueldo
El dinero no hace la felicidad, pero ayuda a conseguirla. Y la satisfacción laboral sostenida por una retribución más que aceptable no dura para siempre. Si el sueldo es lo que te anima cada mañana, recuerda que el elemento económico pronto se interioriza o se olvida. El salario, más que una motivación, se considera ya un básico, y el impulso extra que proporciona un aumento de sueldo dura pocos meses.
Ir para no trabajar… sin que se note
Tal vez lo que te haga feliz sea trabajar en una organización que tiende avalorar el hecho de que usted simplemente está en la oficina, aunque nunca mida su productividad ni sus resultados.
Puedes ser feliz en una compañía que valora ante todo la cultura del alto rendimiento aparente. Así, se levantará cada mañana para interpretar su papel de agobiado permanente, manteniendo una pose de falsa actividad desbordante. Y será aún más feliz si su empresa se lo permite e incluso se lo recompensa. Quienes logran esto suelen vivir a la sombra de un jefe que controla poco y mal. Mantener esta farsa profesional depende sobre todo de la organización en la que trabajas.
El jefe
Tu jefe confía en ti y lo demuestra, te pone retos, te ayuda a desarrollarte profesionalmente, es un verdadero líder, preocupado no sólo por tu desempeño, sino también por motivarte. No es de extrañar que estés deseando que llegue un nuevo día para ir a la oficina.
Marca personal
Si te gusta lo nuevo y la creatividad, y tu empresa te permite experimentar, también tienes otro motivo para levantarte cada mañana.
Se trata de un factor de motivación que implica novedad. Y esto también tiene que ver con la posibilidad de capitalizar la propia marca, incluso trabajando en una gran compañía. Pero debes tener cuidado con pensar que por eso tienes asegurado un puesto de trabajo. No todos los que presumen de marca personal son expertos sólo por frecuentar Facebook, LinkedIn o Twitter. Ser muy visibles en el mundo 2.0 no convierte a una persona automáticamente en buen profesional. Si centras tu branding personal en la visibilidad, te equivocas.
Autogestión del tiempo
Quizá el tiempo libre sea una moneda común en tu empresa cuando se trata de recompensarte de manera diferente y efectiva. Para que esto suceda, tu organización debe crear un entorno laboral cada vez más flexible que huya del presentismo y de la idea de que hace falta estar en la oficina.
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