En nuestras formaciones de Programación Neurolingüística en Talent Institut, cada vez nos llegan más coachs que buscan herramientas adicionales para llevar a cabo su profesión.
En general, han aprendido un buen procedimiento para acompañar a una persona desde un punto inicial hasta un objetivo definido. Pero cuando están delante de un cliente, el uso de preguntas más o menos prediseñadas en busca del famoso “insight” no suele ser tan sencillo como lo esperado.
Es una premisa aceptada en Coaching, y en general en el mundo de la PNL, que el cliente tiene todos los recursos necesarios y que sólo es cuestión que los encuentre con la ayuda (o sin ella) del coach.
La primera confusión procede el hecho que ambas disciplinas tienen una creencia parecida en forma, pero definitivamente no en el fondo. Mientras que en coaching el experto es el cliente, en PNL el experto es el Practicante de PNL.
¿De dónde procede esa diferencia? Bien, el coaching parte de la mayéutica Socrática reformulada magistralmente por los americanos (como siempre) y convertida en un procedimiento para llegar a un objetivo, a diferencia de encontrar la verdad (como en el caso de los griegos). Esa diferencia es substancial, ya que los griegos partían de la convicción que a través de unas premisas ciertas (verdaderas), se podía alcanzar la verdad (la iluminación) de manera deductiva. Hoy en día, y desde la irrupción de Korbyzki y su famoso “El mapa no es el territorio” derivada de su teoría del E-prime, e inspirada en la nueva filosofía derivada del relativismo Einsteniano y de la incertidumbre cuántica (Heisemberg, Schrodinger, Pauli, Dirac, Von Neuman), resulta que no podemos estar seguros de nada y partimos de la base que la percepción subjetiva de la realidad, es la que nos acaba limitando. Es decir, no podemos tener unas premisas de partida completamente ciertas, Entonces,¿Cómo vamos a poder deducir una verdad? Y lo cierto, es que muy probablemente no se pueda.
Volviendo al coaching, la utilización de preguntas para que el cliente llegue a su propia conclusión, parte del principio epistemológico, que el conjunto de creencias que tiene el cliente para llegar a una conclusión diferente y que lo haga avanzar, ya están “instaladas” en su cabeza, simplemente que no las ha ordenado o tenido en cuenta. El coach no puede participar en la introducción de creencias nuevas, y por lo tanto, tiene que confiar que lo anterior sea cierto.
Por definición (si aceptamos como válido que no tenemos acceso a la realidad), un cliente nunca va a poseer todas las creencias necesarias en su cabeza para poder describir la realidad, sino su propia interpretación de ella (que es la que la puede estar limitando). Si es así, parece improbable que una persona a través de un proceso deductivo de preguntas (es decir, a través de unas premisas ciertas, deducir otras) pueda llegar a conclusiones significativas diferentes. Su capacidad de razonamiento se verá limitada por las presuposiciones que toma como ciertas de partida.
Luego, si el cliente lo único que necesita es un empujoncito para hacer algo, probablemente los recursos deductivos del coach a través de preguntas que fuercen ese proceso dentro de la cabeza de la persona, sean suficientes. ¿Pero qué pasa cuando para salir del atolladero, se trata de tener en cuenta nuevas presuposiciones (o creencias)?
No sólo este es un gran inconveniente de los procesos deductivos basados en la mayéutica, sino que la falta de habilidad para modelar (generar descripciones) los sistemas de creencias de los clientes, provoca que se tenga que apelar a la “intuición” para realizar las preguntas. Una buena comprensión de cómo las creencias interactúan en su mente, nos permite ser mucho más precisos en la preguntas que realizamos y mucho más efectivos, reduciendo tiempo y esfuerzos.
Otro gran inconveniente dentro del sistema mayéutico, es creer que el coach no debe ni interactúa (transfiere) a su cliente. No es el objeto de este artículo el realizar un estudio sobre este tema, pero citando a Paul Watzalwick: es imposible no comunicar. Cada una de las preguntas que realiza un coach, contienen presuposiciones implícitas (necesarias para que puedan ser comprendidas) que enfocan al cliente en una dirección u otra, eliminan información, generalizan o asumen conceptos, y todo esto, tiene que ser calculado por el coach, ya que no puede no afectar a sus clientes.
En definitiva, en la parte lingüística hay tres aspectos a tener en cuenta:
• No siempre un proceso deductivo lleva a una conclusión válida.
• El coach debe poder modelar o entender con precisión el conjunto de creencias de sus clientes.
• El coach debe ser consciente de las implicaciones de su propia comunicación.
Por otro lado, tenemos que no todas las limitaciones de los coachees (clientes) tiene que ver con sistemas de creencias, sino con sus propias habilidades para procesar la información y llevar a cabo conductas (lo que en PNL se le llaman estrategias mentales).
Si alguien tiene miedo escénico, puede ser por una serie de creencias, pero también por lo que está pasando dentro de su cerebro. Es decir, una estrategia mental que siguiendo una serie de pasos, le lleva a sentirse francamente mal.
Esta es la segunda razón por la que los coachs que asisten a nuestros cursos: Herramientas de modelado e intervención para poder generar estrategias nuevas. En este punto, es donde se separan claramente las dos concepciones sobre los recursos del cliente.
En PNL, si se acepta que el cliente tenga todos los recursos, en el sentido que tiene “la circuitería” y hasta los “programas” necesarios para poder llevar a cabo cualquier conducta, pero no necesariamente sabe cómo combinarlos de manera diferente o reorganizarlos. Para esto, se requiere a un “ingeniero” (no experto en la propia experiencia subjetiva del cliente, pero si en la estructura de esa habilidades) que pueda describir lo que el cliente hace, y que no le da los resultados esperados, y como enseñarle a hacerlo diferente para obtener los deseados. Aquí el “experto” no es el cliente, el “experto” es el ingeniero en la conducta humana y por lo tanto, interviene directamente para “reprogramar” esa estrategia o habilidad del cliente para conseguir resultados más óptimos.
Esto choca frontalmente con el coaching puro, pero no en su esencia, ya que no se trata de interactuar con el contenido (que es lo que no se debería hacer en el coaching) sino con la estructura. Esto permite desencallar procesos, donde la simple actuación sobre el sistema de creencias, no permite una resolución rápida y elegante de la situación del cliente. Una vez vencidos eso prejuicios, los coachs que aprenden ingeniería de la conducta humana (eso es la PNL), entienden las puertas que se les abren a la hora de actuar más efectivamente con sus clientes.
Por otro lado, sólo precisar que no he hablado en ningún momento de técnicas, que es la parte más conocida de la PNL. El motivo es meridiano: si no se modelan primero las habilidades (estrategias) y los sistemas de creencias, de poco sirve intentar aplicar una técnica.
En definitiva, ni la PNL es coaching, ni el coaching es PNL, ni seguramente están el mismo nivel lógico. La PNL es una metodología de modelado, el coaching es un procedimiento. Aunque ambos, puedan en algún momento compartir objetivos parecidos (llevar a un cliente de A a B) la metodología es definitivamente muy diferente, aunque ambas aproximaciones pueden ser complementarias.
Xavier Pirla
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