«No he fallado. He encontrado 10.000 maneras que no funcionan.»,Thomas A. Edison
Suena sencillo, pero no lo es. De partida, a nadie le gusta reconocer sus errores. Tampoco es fácil aceptar la probabilidad de un fracaso en una cultura que siempre espera los niveles más altos de desempeño. Ciertamente, no queremos que el fracaso sirva como excusa a la incompetencia o a un esfuerzo hecho a medias.
En otras palabras, es fácil equivocarse con el fracaso y perderse las valiosas lecciones que aporta como recurso estratégico para acelerar la innovación, propulsar el crecimiento y reforzar el compromiso de los empleados.
Entonces, ¿cómo podemos aprovechar nuestros errores? ¿Cómo podemos pasar de un remordimiento a un recurso que permita avanzar nuestras metas? Entonces, ¿Cuál es el primer paso: Reconocer los errores propios.
Numerosos ejecutivos se niegan a admitir sus equivocaciones y mucho menos a reconocer o tratar en forma adecuada el tema de los fracasos por temor a comprometer o socavar su estatus y sus objetivos. Se equivocan por completo: un énfasis exagerado en la creación de una cultura en la que “el fracaso no es una opción” puede conducir al engaño, el encubrimiento y la posibilidad de errores mucho más garrafales.
De modo que los ejecutivos necesitan empezar por reconocer su propia falibilidad, en este sentido un poco de humildad e incluso de humor pueden servir de mucho. Compartir unos cuantos fracasos personales, en particular si se puede demostrar que más adelante contribuyeron a grandes logros, fomenta una actitud de mayor apertura en el resto del equipo, lo que ayuda a detectar fallas en gestación. Si los colegas las pueden reconocer antes, eso ofrece un tiempo muy valioso y concientización para minimizar la severidad de los errores.
Abordar el fracaso en forma honesta también demuestra que los ejecutivos comprenden cabalmente la importancia e implicaciones del proceso de ensayo y error. Con demasiada frecuencia, observamos líderes que defienden esta apertura y honestidad, pero en la práctica su reacción al fracaso promueve una cultura de “ensayo y terror” que socava la conducta que pretendían estimular.
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