Si la persuasión es una constante en la vida privada, entonces la persuasión es una habilidad básica en nuestro mundo organizacional, cuando hablamos de desarrollo profesional.

“Podríamos entrar en matices pero, básicamente, persuadir es sinónimo de convencer. Hacerlo a través de engaños y mentiras –es decir, manipulando– o de manera honesta y buscando el beneficio mutuo, tiene que ver con la intención que albergue la persona que persuade, pero no con el hecho en sí de persuadir”.

Las organizaciones están formadas por el constante intercambio de ideas entre personas, lo que lleva a la prestación de servicios y al diseño y venta de productos.

Estos intercambios de ideas son intercambios e interacciones en las que una de las partes expone sus puntos de vista, posiciones y opiniones a la otra parte para su consideración. Desde esta perspectiva, todos somos “vendedores de ideas”.

Ya sea en reuniones formales, en reuniones informales, en la oficina, en visitas a clientes, en negociaciones … No importa dónde estemos, tratamos de plantear nuestras sugerencias, ideas y posiciones.

Todos tratamos de buscar aliados, ayuda y apoyo de otros, y todo esto lo hacemos a través de una comunicación persuasiva, convenciendo a los demás de que nuestra posición sobre un tema determinado es la correcta.

Por lo tanto, la capacidad de desarrollar la persuasión es invertir en nuestras ideas, proyectos y propuestas para el éxito.

Respondamos esta preguntas con sinceridad, porque igual que no hay vida sin oxígeno, no existe el liderazgo sin la presencia de la persuasión, porque si de lo que se trata es de implicar, convencer y conducir a los equipos sin la necesidad de echar mano del poder coercitivo, persuadir es el único recurso viable para conseguirlo.

¿Cuántas buenas ideas se habrán perdido por no saberlas presentar o defender adecuadamente?

Por contra, ¿cuántas malas ideas han salido adelante por no haber sabido contra-argumentarlas y evidenciar sus puntos débiles?

¿Cuántas veces nos habremos quedado sin palabras en una reunión cuando un interlocutor ha atacado nuestra propuesta y no hemos sabido defenderla o darle la vuelta a la situación?

¿Cuántas veces hemos sentido frustración cuando los demás no perciben la bondad «obvia» de las propuestas que presentamos?

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