LA FORTALEZA EMOCIONAL

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Las emociones poseen omnipresencia en todos los aspectos de nuestro quehacer cotidiano. Representan la experiencia más personal, íntima e intransferible que poseemos. La forma de sentir y expresar nuestras emociones marca nuestro existir, determina nuestra calidad de vida y nos constituye en el ser que somos. Sin embargo, durante siglos se ha definido al ser humano como “ser racional”, entendiendo que es la racionalidad lo que nos determina como personas.

Esta interpretación propuesta por Descartes y aceptada en forma generalizada en occidente por más de 350 años, nos hizo concebir la emoción como algo contrapuesto a la racionalidad y, por lo tanto, a la efectividad. Este paradigma planteó un ideal de ser racional liberado de la tensión emocional, partiendo de la base de considerar las emociones casi como un lastre, como una carga de la cual las personas deberían librarse para poder ejercer su racionalidad con plenitud. Se partía del supuesto de que cuanto más pudiera una persona controlar, dominar y someter sus propias emociones, más inteligente, lúcido y brillante sería.

Tanto la razón como la emoción constituyen al ser humano como tal y en la práctica cotidiana se manifiestan en una relación de interdependencia y mutua influencia. Es por esto que más que determinar la prevalencia de uno de ellos, es menester plantearse el desarrollo de ambos en un contexto de armonía y equilibrio.

Las emociones se expresan y manifiestan como disposiciones corporales para la acción y por lo tanto condicionan nuestro desempeño. Dependiendo del estado de ánimo en que nos encontremos, ciertas acciones nos son posibles de realizar y otras no. Cada emoción nos predispone para un tipo de acción diferente y es por esto que la emocionalidad impacta fuertemente en la efectividad laboral de los individuos y equipos de trabajo, e incide en la productividad organizacional y en la competitividad empresaria.

Hay estados de ánimo que nos conducen a efectuar acciones que nunca hubiéramos querido realizar (por ejemplo cuando tenemos un ataque de ira) y hay otros estados de ánimo que nos imposibilitan ejecutar acciones que necesitamos realizar (por ejemplo cuando no nos animamos a hablar en público por miedo o vergüenza). Pensemos, por ejemplo, cuando estamos sumidos en la emocionalidad de la tristeza, el enojo, la alegría o el miedo. Cada una de estas emociones nos determina qué cosas podemos hacer en ese estado emocional y cuáles no podemos realizar. En este sentido podemos afirmar también que las emociones generan la energía que nos impulsa hacia determinado tipo de acciones. Nos proveen del carburante y movilizan nuestras disposiciones corporales para que las conductas sean posibles.

La Fortaleza Emocional es la capacidad de las personas para conocer y gestionar sus emociones. Hay tres componentes imprescindibles y a su vez complementarios entre sí para lograr la capacidad de liderar los estados emocionales que sean funcionales a las acciones que debemos realizar:

1. La Conciencia Emocional es la capacidad de interpretar y comprender nuestras emociones y estados de ánimo. Abarca cuatro aspectos:

* Identificar lo que sentimos: implica ser conscientes de nuestros estados emocionales en cada momento.

* Interpretar nuestras emociones: está relacionado con poder determinar qué pensamiento o qué interpretación de las circunstancias está disparando nuestra emocionalidad.

* Evaluar la funcionalidad de nuestros estados de ánimo: es determinar si un estado anímico es funcional o disfuncional a los efectos de la eficacia de nuestras conductas.

* Responsabilizarnos por nuestra emocionalidad: supone hacernos cargo de lo que sentimos sin pretender buscar culpables entre la gente que nos rodea.

Al tomar conciencia de nuestra emocionalidad abrimos la posibilidad de intervenir en su diseño y transformación.